Los Desaparecidos del Clarodeluna by Christelle Dabos

Los Desaparecidos del Clarodeluna by Christelle Dabos

autor:Christelle Dabos [Dabos, Christelle]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2015-01-01T00:00:00+00:00


Mientras mojaba los labios con prudencia en su vaso de agua, Ophélie pensó que habría sido mejor no haber hecho promesas a la ligera.

Los almuerzos familiares eran, por lo general, muy animados, y no en un sentido figurado: los saleros saltaban de un plato a otro, los corchos de las botellas se estremecían de impaciencia y siempre había un duelo de cucharas al final del postre. Si bien al principio el personal se quedó bastante impresionado por la forma en que los Animistas insuflaban sus travesuras en los objetos del hotel, ya no les sorprendía. Incluso les habían cogido cariño a los que eran capaces de reparar al instante cerraduras bloqueadas y relojes estropeados.

Hoy, sin embargo, los invitados y los utensilios estaban tan tranquilos que Ophélie tuvo la impresión de solo oír, por encima del lejano rumor del mar, los mosquitos que rebotaban en las ventanas del comedor con un ruido de chisporroteo.

Ophélie observó con prudencia la silueta enrojecida de su madre, al otro lado de la jarra de cristal. Su silencio no era un buen augurio… De hecho, era como una olla a presión olvidada en el fogón. Sus hermanas menores se daban codazos cada vez que una de ellas, con sus enormes ojos brillantes, miraba con detenimiento a Thorn. Su tío abuelo, por el contrario, no tenía ningún reparo en mirarlo con fijeza mientras desmigajaba los trozos de pan, como si lo estuviera desmembrando. Los primos y los tíos intercambiaban miradas expresivas mientras se comían su ragú de lemino con la mayor discreción posible. Incluso la repostera permaneció impasible bajo su sombrero, si bien su veleta seguía apuntando, con su pico de cigüeña, hacia el intendente.

Ophélie también dirigió su mirada hacia Thorn, sentado a la cabecera de la mesa. ¿Sentado? Encorvado sería el término apropiado. La silla era demasiado pequeña para su tamaño y luchaba para manejar los cubiertos sin dejar tuerto de un codazo a sus vecinos más cercanos. Masticaba cada trozo con una repulsión mal disimulada, como si el acto mismo de comer fuera un calvario. A intervalos regulares, se sacaba un pañuelo del uniforme, se limpiaba las comisuras de la boca, limpiaba el tenedor y el cuchillo, los colocaba con una simetría milimétrica, plegaba el pañuelo de manera impecable y lo volvía a guardar. En ningún momento se le ocurrió utilizar la servilleta del hotel.

Ophélie reprimió un suspiro. Thorn tenía un concepto muy singular de lo que significaba causar una buena impresión. Después de haberse retrasado tanto tiempo, habría hecho bien en excusarse con su futura familia política, en dirigirles al menos unas palabras amables. Había que conocerlo muy bien para saber que el simple hecho de estar ahí sentado representaba la mayor muestra de respeto que era capaz de conceder.

—El circo ha sido divertido —farfulló Ophélie, dirigiendo la vista a Héctor—. ¿Les has enseñado las fotografías?

Su hermano levantó las cejas bajo su corte de tazón, con la boca llena.

—¿Por qué iba moshtrárshelash? Eshtán dañadash por culpa de losh ecosh.

La conversación murió como un suspiro. Ophélie lanzó una mirada triste hacia las dos sillas vacías a su lado.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.